Nom/cognom | Mari Carmen Mora Miró |
Data de naixement | 1948 |
Títol | Mari Carmen Mora, històries de treball i lluita sindical als “almacens” de taronja |
Categories | Dona, taronja, treball, sindicalisme |
Data i lloc de l’entrevista | Dilluns 17 de febrer de 2020, casa de l’entrevistada |
Data de publicació | Dilluns 2 de març de 2020 |
Equip entrevistador | Etnograma (Laura Yustas, Nelo Vilar) |
Enllaç entrevista | https://youtu.be/sc9Ihcf7Oh8 |
Extracte | https://youtu.be/VjJ_Rv9U_X0 |
Transcripció en PDF |
Mari Carmen Mora és una dona que ha treballat des dels 10 anys. Però la seua història de vida canvia ràpidament i passa del relat del treball intens a un altre en què no es resigna a unes condicions laborals abusives, ni per a ella ni per a les seues companyes. És una història de lluita per la dignitat col·lectiva que empodera i crea solidaritats, i que està contat des d’un punt de vista particular de dona. Mari Carmen és part important de les transformacions en el treball de les dones dels magatzems en els últims 30 anys.
Sinopsi:
Història de vida laboral i sindical de Mari Carmen Mora Miró (1948), dona de família de forners i treballadora en magatzems de taronja. Relat en primera persona de la lluita sindical als magatzems en els darrers 30 anys, que han canviat radicalment les relacions laborals en el sector.
Transcripció
Me llamo Mari Carmen Mora Miró, nací en Valencia, nacida en Matías Perelló [en el barrio de Russafa], y después toda la vida he vivido en la zona centro. Mis abuelos vivían en la Correjería, en el núcleo de València, y primero vivimos en la calle Temple también, y después nos trasladamos a vivir al lado del Miquelet, que ahora hay un descampado, porque no han edificado nada allí. Vivíamos a 20 metros del Miquelet. Hasta los nueve años que estuvimos allí, mi zona era ésa: todos los años la escuraeta bajo del balcón, las procesiones, el carrer de Cavaller, la Correjería, el Mercat Central… Después, sabíamos dónde estaban los gigantes, que eran unas puertas muy grandes de madera; íbamos por allí y mirábamos por un agujero. Me encantaba ver los gigantes allí todos. Y todo eso. Pues mi vida fue allí hasta los nueve años. Mi padre era panadero; la casita que vivíamos era muy pequeñita, nada más tenía una habitación, una escalera, y allí nació incluso mi hermano. Y después pues mi padre era panadero, y eso, que a un sitio iban a hacer el pan, a otro se iban a cocer cazuelas a otro horno, y mi padre se ve que estaba cansado de esa vida de acá y allá y decidió venirse y comprar un horno. Y lo compró en Moncófar. Entonces nos vinimos ahí y ya te puedes imaginar, el cambio tan drástico de vivir allí en el cogollo de Valencia, con toda la familia que teníamos allí, a venirnos aquí y estábamos solos, claro. No teníamos a nadie por aquí de familia. Y… pues no sé. Fue un cambio pero tampoco fue un cambio doloroso, porque al ser la novedad… E íbamos a un pueblo, las calles estaban aún sin asfaltar, por lo menos las… La calle Mayor me parece que sí que estaba, pero las otras estaban sin asfaltar.
¿El año de nacimiento…?
El 48. Ya tengo mis años [risas]. Entonces pues vivíamos allí e hicimos amistad con gente de allí. Los de delante, como éramos tres chiquitos pequeñitos, yo entonces tenía nueve años cuando llegué (bueno, iba a hacer los 10), mi hermana tenía ocho y mi hermano tenía tres me parece que eran. Y nada, nos invitaban por ejemplo si se iban a coger algarrobas; nos íbamos con ellos y allá que nos íbamos nosotros allá arriba del carro pues disfrutando, encima del macho o del caballo o de lo que fuera. Después también recuerdo que las casas eran principalmente esto que es una entrada con dos habitaciones a los lados y en verano aquello era una explosión de color, porque habían… ponían dos tiras así, toda llena de pimientos, berenjenas, toda clase… melones, sandías… era muy bonito aquello. Y ¿qué más, pues? [risas] Pues que la gente se veía que… Venían a cocer a casa, claro; hacían el pan. Yo ya no fui a la escuela, me quedé en casa trabajando. Cosas de antes, sí. Me quedé en casa, mis hermanos sí que fueron a escuela, y yo me quedaba allí haciendo lo que podía.
Porque tenían el horno en casa.
Sí, era un horno moruno que daba mucha faena, y venían allá a cocer. Y yo mi misión era, mi padre metía el pan al horno, lo marcaba -porque cada una venía con su madera ahí arriba y su cofieta para llevar la madera. Y mi padre pues cocía en el horno, y yo cuando salía el pan lo barría, el culo lo barría, lo pesaba y estaba allí yo en un escaloncito allí pesando, y venían las mujeres y yo allí con una retahíla de pesitas: hasta que la balanza no se ponía el fiel yo allí que si ésta, que si la otra… [5 min.] Y me decían: “Mira, mira, qué interesadita la niña” [risas]. Y les cobraba. Después también las faenas de casa y sobre todo ayudar a mis padres. Y después… [risas]
-Cuenta por ejemplo cuando se murió tu padre, que tú y tu hermano os hicisteis cargo del horno.
¿Se hizo cargo del horno?
Sí, mi padre se murió muy joven, tenía 54 años, y mi hermano venía al instituto, y no tenía ni noción, pero no sé porqué mi padre unos días antes le había enseñado. Y fue pues un golpe muy duro. Yo tenía 22 años, me parece. Él tendría 17. Y todo eso. Me acuerdo también en Moncófar de que la gente padecía mucho para ir a trabajar. Veías a los hombres que iban en bicicleta con el capazo detrás, y a lo mejor -eso lo cuenta mi marido también porque también lo ha hecho- se iban a coger naranja a Castellón, después los que iban a Segarra, en aquellos tiempos a Segarra, iban en bicicleta también, que si entraban a las seis se tenían que levantar a figúrate a qué hora, i bueno… Mucho padecimiento. Vengo a decir yo con esto de que no fui a la escuela porque hoy día es impensable que una niña o un niño se quede en casa con 10 años ya trabajando, porque estabas allí y era… familiar, no? No cotizabas… y eso hoy en día es impensable. Te dejas un niño en casa y te van y te dicen: “Oye, ¿qué hace este niño en casa?”, cosa que me parece… Vengo a decir las diferencias entre los tiempos pasados y estos. Para algunas son mejores, para algunas son peores; en determinadas circunstancias son mejores. Y todo eso. Después ya me caso…
¿Usted estuvo en el horno y se hizo cargo durante muchos años, entonces?
Sí, estuve allí viviendo 20 años o por ahí. Sí, 20 años, sí.
¡Con el horno! Ah, pues eso es un trabajo…
Muy pesado, muy pesado, muy pesado… Muy pesado porque me fui a Valencia que mi padre me dijo: “Podía ir a… -para ampliar el negocio- podías ir a Valencia a estudiar pastelería”, i con unos que él había trabajado pues me fui a Valencia a un horno de esos y estuve no sé si tres meses o eso, durmiendo en casa de familiares y tal, y por la mañana iba a trabajar y aprender. Entonces aprendí muchas cosas, la verdad, muchas muchas en tan poco tiempo, y llegué a casa y ya ampliamos el negocio, que nos pusimos a hacer, pues yo qué sé, moca, nata, trufa, pasteles de toda clase… Y entonces como el cine estaba delante, porque vivíamos en la calle Mayor, el cine estaba delante, cuando hacían cine los domingos aquello era un no parar, y después ya nos pusimos a hacer que si comuniones, que si cosas de esas. Que yo sé lo que es estar dos días sin dormir, pero sin tocar la cama, ¿eh? Dos días trabajando… bueno, allí hemos trabajado muchísimo. Y cuando me casé mi padre… bueno, mi padre no, que ya no existía: mi madre: “podrías cogerte una panadería”, y yo estaba de la panadería hasta el gorro, aunque me gustaba, ¿eh? Yo allí estuve a gusto y estaba feliz, porque además yo allí me lo manejaba todo, era la mayor y…
Es bonito, pero es un trabajo…
Oye, no puedes estar… no tienes familia, no tienes nada, es que a las dos te tienes que levantar. Yo a veces cuando mi padre me llamaba, porque a los 16 años empecé a trabar también de noche, y mi padre me llamaba y yo me estaba vistiendo y estaba en el borde de la cama y hacía así [deja caer la cabeza] y me dormía otra vez. Y mi padre: “¡Mari!”. Muy pesado. Hoy en día a lo mejor no será tan pesado, pero en aquellos tiempos… Hasta que dije yo: aquí ya no quiero más, y me casé y me vine aquí a Nules. La primera vista que tengo de aquí es cuando salían las personas de trabajar del almacén, que había una sirena ahí en la Hermandad y cuando pitaba la sirena a la una, bueno, es que era una riada de gente viniendo; primero tenían que pasar las vías del tren, después tenían que pasar la 340 y ya estaban aquí para comer en una hora y eso. [10 min.] Y la verdad es que eso me impactó, eh?: la sirena, que parecía que venía la aviación, yo qué sé [risas]. Y después a las dos volvía a sonar la sirena y ya entraban a trabajar.
Claro, entre cooperativas y comerciantes…
Aquí había muchísimos almacenes, muchísimos, y trabajaban muchísimo todos. Yo me puse a a trabajar en uno y al año de estar aquí, porque vinimos en noviembre, entonces esta campaña ya estaba. Me puse a trabajar al año siguiente y trabajé dos campañas. Dos campañas, en eso que me quedo en estado y una de las compañeras de ese almacén me dice: “Mari Carmen, que no te piensan llamar este año”. Yo estaba pues no sé, de cuatro meses o cinco cuando iba a empezar la campaña. Dice: “Mari Carmen, que no te piensan llamar este año. -Y yo le digo: Uy, ¿y por qué eso?”. Digo: “Si en dos años no han tenido queja de mí”. Aunque yo no… era la primera vez que iba al almacén pero me cogí enseguida, no? Y dice: “Pues porque estás en estado. -Yo digo: ¿Qué tiene eso que ver? -Pues porque habrá día que no te encontrarás bien y no vendrás”. Bueno, me quedo así y cojo la marcha y me voy al almacén. Y estaba el amo, que entonces se tenía mucho miedo al amo. El amo era intocable, al amo no se le podía rechistar y el amo, bueno, era el amo. Y me planto allí y estaba él y digo: “Mira, que me han dicho una persona que no me pensáis llamar este año. -Uy, pues no. -¿Y por qué? -Pues porque estás en estado, un día vendrás a trabajar, otro no podrás venir…”. Yo digo: “Pues mira, Fulano… es lo mismo que te pasó a ti el año pasado, porque un día trabajábamos, estábamos trabajando dos días y tres estábamos en casa. Así es que lo mismo que te pasó a ti”. Ya como me vio tan segura de mí misma no tuvo otra que cogerme otra vez. Y trabajé esa campaña… pues trabajé hasta una semana antes de tenerla a ella. Incluso cuando tuve a la segunda te digo una cosa: vivía en Moncofa, y la tuve pero bueno, estaba esa noche trabajé en el horno. Sí, sí. Y nada, y me acuesto y empieza a dolerme y tal y cual e iba de parto, pero por la noche estuve trabajando. Y con ella pues una semana antes también. Y ya tuve a la chiquilla y dije: pues voy a disfrutar de la chiquilla porque las otras las había tenido en el horno y no había podido disfrutar de ellas. “Voy a disfrutar de la chiquilla”, y me dije: pues me quedo dos años en casa. En esos dos años me saqué el certificado escolar, que no lo tenía… Sí, a distancia; iba a examinarme a Castellón. Y después pues digo: voy a animarme, y me apunté al bachillerato a distancia. Hice un año pero cuando me puse a trabajar yo ya no podía, porque fui a apuntarme a un almacén y me dijeron, dice: “Si lo tienes que hacer todo sí, pero si no, no”. Entonces yo ya sabía que… Y lo intenté, ¿eh?, lo intenté el segundo año pero ya no pudo ser. Y ya empezamos a trabajar allí y ya se trabaja muchísimo, de seis de la mañana a 10 de la noche, a las dos que se velaba… A las diez de la noche… yo tenía tres chiquillas pequeñas y a las 10 de la noche yo quería irme a casa. Íbamos a las 40 horas semanales que se decía, pero todas el miércoles ya las teníamos y todo lo demás eran extras, o sea, se trabajaba muchísimo. Y yo a las 10 yo quería irme a casa. Con tres chiquillas; yo tenía que llegar, poner lavadoras, hacer comidas… Es una cosa bárbara, ¿eh? Incluso alguna noche como ya te apretaban tanto volvías a velar, pero cuando queríamos salirnos, yo… bueno, yo primero no: Sole Pomer, porque no podía, era una mujer ya más mayor, no podía, ella decía que a las 10 de la noche ya no podía con su alma y se quería ir, y yo porque lo precisaba, porque con tres niñas… Total que nos queríamos salir. Y los encargados enseguida se ponían por delante: “Que no, que no, que no…”, [15 min.] pero nosotros ¡pap!, nos largábamos fuera como fuera. Y estuvimos dos o tres años así, porque empecé… no, más años: yo empecé en el 84 me parece, a trabajar, y ya te digo: las delegadas pues eran puestas a dedo, los delegados puestos a dedo, y no hacían nada por nadie. Ellas se limitaban a estar ahí y lo que les dijeran. Y ya vino los años 90, que hubo un poco más de movimiento sindical, y hubo un año, no sé si fue el 91 o por ahí, que querían aumentarnos una peseta el jornal. Y no estuvimos de acuerdo. Total, que entre unas cuantas pues se menearon y dijeron: “Aquí hay que hacer algo, aquí hay que hacer algo”. Y dijimos de irnos todas a la calle cuando cumpliéramos el jornal, que el jornal era de nueve a seis, pues salirnos todas a la calle. Llamamos a la UGT, que nos abrieran el local para reunirnos allí nada más salir. Total, que empezamos allí, a salirnos, a salirnos, poco a poco la gente se iba animando al ver que cada vez éramos más. Y la encargada decía “Bah, quantes més se’n vagen més hores farem mosatros”. Bueno, nosotros allí fuera. Y para animar a la gente yo me pongo a hacer así [da palmadas rítmicas] y cada vez más fuerte. Y el encargado estaba allí y me miraba con una cara… total que al final iban saliendo, iban saliendo, iban saliendo y al final se quedaron 8 o 9. Sí, sí. Y todo un río de gente nos fuimos a la UGT, y allí pues hicimos una asamblea, “que esto no puede ser…” y estuvimos haciendo huelga 3 días. Entrábamos a las 9, salíamos a las 6 [sin hacer las decenas de horas extras semanales habituales]. Allí elegimos a unas cuantas que dieran la cara; al final al tercer día nos llaman desde arriba y subimos, esas cuantas que nos habían elegido para que fuéramos la voz cantante, y nos llaman y nos preguntan qué es lo que queríamos. Bueno, pues se había firmado un convenio que si no hacías el jornal pues te tenían que cotizar todo el día, cotizarte por lo menos 4 horas. Nosotras eso es lo primero, porque sabíamos que había muchísima gente que no se podía jubilar. Porque no tenía días. És que te presentaban dos, tres días. En el primer almacén me pasó eso; en el primer almacén apenas tengo nada: cinco días, seis días, lo que les parecía. Esa fue nuestra primera petición, eso era inamovible. Y entonces vinieron elecciones y ya nos apuntamos unas cuantas que queríamos en serio seguir, yo una entre ellas. Había más gente porque era un almacén que había mucho personal, eran más de 250, entonces nos correspondían 13 delegados. Y vinieron las elecciones, ganamos pero apoteósicamente, y nada, pues a empezar a trabajar. Lo primero que hicimos fue eso del horario, que no teníamos horario, a lo mejor te llamaban a las 11 y media: “Vente corriendo”, y a lo mejor ibas una hora. Bueno, un desastre total. No tenías vida prácticamente durante ese tiempo de la campaña. Y empezamos con eso, primero empezamos a… que pedimos también en otro convenio quinquenios, que entonces no había nada tampoco. No había nada de nada, vamos. Nada de nada. Y pedimos los quinquenios: primero la gente… reticente. “Es que todo lo quieren, es que no sé qué, no sé cuántos”, pero no se quedó ni una, ni una sin pedir el quinquenio. Había gente que cobraba dos quinquenios, ¿eh? Yo cobraba uno y un año, porque ya entré en el año en que entré, pero había gente de más atrás que cobraban dos quinquenios, oye, y eso les representaba un dinerillo. Entonces poco a poco, porque claro, todo no puedes conseguirlo a la primera. Pues poco a poco fuimos consiguiendo cosas: el horario sobre todo, después las visitas a médicos, permisos para cuidar enfermos, todo lo que iba saliendo en los convenios nosotros lo pedíamos. [20 min.] Y como veían la fuerza que teníamos, porque solamente en los 20 años que fui presidenta del comité, solamente habrían… no sé, cinco elecciones, pues no más sacaron dos veces otro sindicato. Una me parece que sacó dos y otra uno. Y ahora hoy en día no existe ninguno del otro. O sea que la gente veía que nosotras trabajábamos, además personas serias como yo [risas], y nos apoyaban. Hoy en día nos apoyan aún allí.
Cuando usted empezó a trabajar ¿se hacían contratos?
Sí, contratos sí que hacían.
Pero no se le registraba todos los días…
No. Te cotizaban el día que querían.
Entrevistamos a una encargada de almacés [Amparo Ibáñez] de muy atrás y nos decía que se pagaba en sobre
Pagaban en sobre…
No se ingresaba…
No, no. Todavía no. Eso vino mucho después. Tampoco se fichaba, o sea, pasaba la encargada: “Fulanita, Menganita…” y… Era un desastre total. Los almacenes eran un desastre total.
Pagaban semanalmente.
Sí, semanalmente. Después ya fueron 15 días. Y eso, pues trabajaban muchísimo, muchísimo. Se pusieron de moda los pitufos, las cajitas estas que iban todas a… Se mecanizó mucho todo. Cuando se hacían las nável se hacían estas naranjitas, mira qué chulo. No li han salido muy bien porque el papel no es el adecuado, entonces era muy fino y lo mojaban, lo humedecían, ¿sabes? Entonces estaba bien para trabajar. Mira qué pirri, ¿eh, qué chulo? Esto lo poníamos en las cajas de la nável, navelina y cosas de esas. Poníamos unas cuantas naranjas. Lo otro iba empapelado así a raya. Cuando venía navidad también te ponías dos o tres bolitas de colores en los pitufos. Sí, hemos trabajado mucho allí. Esto prácticamente hoy en día no lo sabe hacer nadie. Pero nadie, nadie. Supongo yo, ¿eh?, que no sabrán: si no es alguna más mayor…
Sí, sobre todo en el tema este de la escuela, del embarazo también, que ya ves tú, yo estuve trabajando hasta el último día, hasta prácticamente el último día. Y ahora ya ves tú: tienen permisos, e incluso hoy en día dan permisos a los padres también, cosa que me parece muy interesante porque se involucran un poco más en la crianza de los hijos, y son cosas que están muy bien.
El trabajo en el almacén igual no ha cambiado tanto, porque siguen velando, siguen trabajando a cualquier hora, las llaman por una hora todavía…
Pero es que ¿sabes qué pasa? Que donde no hay fuerza sindical, y hay bastantes sitios que no lo hay, pues se abusa bastante. Si tienes fuerza sindical dices: “Escucha -dices-: esto o paramos”, y eso es lo que pasó.
Fui a varios convenios: uno de los más importantes… a negociar convenios, sí. Uno de los más importantes, conseguimos la equiparación salarial entre hombres y mujeres, que eso también era, bueno, una cosa que hoy en día no sé si está en muchos sitios, ¿eh?, porque los hombres todos cobran unas cosas y las mujeres cobran otras. Pues ahí lo conseguimos; no sé, era a finales de los 90. Estuvimos toda la noche negociando. Toda la noche. Y al final lo conseguimos pero el otro sindicato no estaba deacuerdo. Entonces estábamos allí y dijeron: “Bueno, ¿qué hacemos, firmamos o no firmamos? -Y yo dije: Yo por mí aunque seamos solos. Esto es una cosa muy positiva”. El convenio se hizo para ocho años, porque claro, tenían que ir poquito a poco, no iban a subirles o a bajarnos a nosotros el jornal drásticamente. Entonces se consiguió y nosotros firmamos solos, y ya te digo: los hombres al final estaban un poco reacios pero al final… Y les ha ido muy bien, creo yo.
Sí, ojalá se aplicara…
[25 min.] Ojalá se aplicara y en todos los sitios hubiera gente que se pusiera al frente de un sindicato y pidieran muchas cosas más, porque hay almacenes que aún están en los años de cachipum. Hay unos cuantos que funcionan muy bien… También conseguimos lo de la antigüedad, porque antes iba la encargada por detrás y te estiraba el delantal, y te decía: “Te quedes”. La mayoría habíamos acabado pero las otras se dedicaban a hacer pequeñas cosas o lo que sea. Iba por detrás: “Te quedes”. Nosotras ya sabíamos que cuando dijeran nos teníamos que ir a la calle. Entonces conseguimos eso también, de que… por orden de antigüedad. Por orden de antigüedad y entonces allí como un batallón: primero entras las de éstas, después van las otras, después van… Y así todo el mundo sabe a qué atenerse, sabe… ¿De qué año soy? Del año 90, pues si este año va hasta el 90 yo soy del 90 y voy. Y si el otro año va hasta el 95 pues va hasta el 95. Y es lo que hay, porque si no van a dedo, van a dedo, y eso no se puede consentir. Porque siempre son las amigas de… el círculo, el que más les hace la pamplina, y así va la cosa entonces. Hasta que nos pusimos nosotras y dijimos: “No, por aquí, poco a poco…”. Ya te digo: si no te digo el 100% de los convenios yo qué sé: el 95 seguro que lo teníamos.
Tenían buen equipo de gente. Eran buen…
Éramos 13 y además la sección sindical que también creamos, era otra más. Y éramos un grupo muy, muy, muy cohesionado. Mucho. Incluso hoy en día tengo mucha… hace seis años que me jubilé y tengo mucha amistad con ellas, sí. Ahora de las antiguas delegadas casi que no queda ninguna, a lo mejor quedan dos o tres, pero la verdad es que éramos un grupo muy muy muy cohesionado y muy luchadoras. Estoy muy orgullosa, muy orgullosa de esos años. Porque a veces hacíamos asambleas allí en el almacén, hacíamos asambleas…
Tendrían que verse y tendrían que preparar…
No, solíamos hacerlo pues en el tiempo este de la entrada al almacén, porque primero no íbamos a turnos, después se implementaron los turnos, y… Bueno, como podíamos nosotras hacíamos la asamblea. Yo me acuerdo una vez que había… hay una escalera para subir a los aseos y nosotras nos pusimos cada una en un escalón, que yo me imagino… madre mía, parecíamos la escalera de un patio andaluz, todo lleno de macetas allí [risas]. Y resulta que se ponían todos bajo, todos a escucharnos las cosas que teníamos que decirles, porque ya te digo, los primeros años fueron terroríficos, porque estaba la resistencia de algunas personas y la resistencia de las encargadas, de los encargados… total. Porque, ¡hija mía, se piensan que van a heredar el almacén! Y no es así. Después la resistencia del gerente, del amo, ¿sabes? Éramos fuertes, sí, sí. Y nosotras hacíamos la asamblea, la gente nos aplaudía… Me acuerdo de una asamblea que estaba toda la gente ahí, los hombres nos apoyaban también, ¿eh? Sí, sí, incluso hoy en día los hombres nos apoyan, las apoyan allí. Y van a excursiones con ellas y todo. Y una asamblea que estábamos allí arriba y la encargada estaba allá al final y de pronto la veo venirse así abriéndose paso ella (¡ay mi madre si lo ve ella!), y se puso allí pues a decirnos cosas. Le plantamos cara, como era natural. Pero que sí, que sí, que tengo mucha, mucha historia ahí. Y ya te digo, fue…
Trae aquello, Karen. Mira.
¡Qué cosa más bonita, madre mía!
¿Verdad que sí? Me la dieron en Castellón. Ahí en la Universidad.
“Mari Carmen Mora Miró. Mención de honor a la labor sindical”. (…) Bueno, açò és molt bonic !
[30 min.] Sí, lo tengo muy… es como si fuera una falla. Y ya te digo: fueron unos años que se pasaban muchos nervios, porque figúrate yo, que venía de estar en mi casa, siempre trabajando como la Ratita Presumida, y de pronto me vengo y empiezo yo a… bueno, a abrirme como una flor [risas].
En España no había tradición sindicalista ni de nada.
No.
Porque hacía muy poquito… el año 90 hacía 15 años que habíamos salido de una dictadura, había que reinventarlo todo. Me imagino que sería bonito estar ahí…
Sí, además yo lo recuerdo con muy buen recuerdo estos años ahí. Además, yo qué sé, me gustaba la gente también, y la verdad es que estaba muy a gusto. Me he jubilado, pero… no digo que añore nada, ¿eh? No lo añoro porque desde que me he jubilado pues mira, voy a yoga… pues yo qué sé, voy a tonificación muscular, a paseo todos los días, y… Ayer me fui al cine, he venido el mes pasado de Palma de Mallorca, que he estado 10 días con lo del Imserso [risas], y también de vez en cuando vamos a Oropesa, a Marina d’Or… Bueno, yo qué sé. Me lo paso bien.
No puede ser todo trabajar.
No. Ya se ha acabado. Y ahora pues mira, aquí en casa. Y todo eso. No sé qué puedo deciros más.
Deixa una resposta
Vols unir-te a la conversa?No dubtis a contribuir!