A la publicació Hemeroteca huitcentista de Nules (II): 1851 – 1900 recollíem una notícia publicada el dissabte 30 d’agost de 1873 a La Correspondencia de España: diario universal de noticias: Año XXIV Número 5752, en plena tercera guerra carlina. La nota deia així:
El segundo cabo de Valencia dice en telégrama de hoy que el teniente Cobian, jefe del batallon de la reserva de Castellon le participa desde Nules que ayer salió á dar un paseo á caballo y cayó prisionero en el puente de Villareal mientras daba agua á su caballo en el Mijares. Cucala pide por su rescate la libertad de los 30 carlistas que fueron conducidos á Valencia desde Castellon, y exige pronta contestacion si ha de salvarse á dicho jefe.
És a dir, el teniente Miguel de Cobian, cap del batalló de reserva de Castelló —que en el fulletó que reproduïm diu ser “governador de Castelló”—, és apressat per una imprudència a Vila-real. Ell mateix dóna part des de Nules del seu estat i del rescat que demanen per ell —la llibertat de 30 presoners carlins o 300 fusells.
Dies després del seu alliberament va redactar l’informe del seu cautiveri: “El cautiverio de Cobián”, que es va publicar seriat en forma de fulletó al diari Las Provincias i a El Constitucional.
En este text fa el relat dels 26 dies en què va estar pres, movent-se amb la partida de Cucala des de Vila-real a Nules, la Vall d’Uixó, Sagunt, Estivella, Algar, Soneixa, Sogorb, Xèrica, Caudiel, Montan, Cirat, Espadella, Llucena, Atzeneta, Xodos, Sant Joan de Penyagolosa, Puertomingalvo, Alcalà de la Selva, Mora, Sarrió, Barraques, El Toro, Alcubles, Casinos, Llíria, Xest, Carlet, Manuel, Xàtiva i Llosa de Ranes. Ací aconsegueix fugir i arriba a Alberic, des d’on el porten a Algemesí, a Alzira i d’ahí a València.
En este mapa podeu veure l’itinerari complet des que va eixir de Castelló i fins que va arribar lliure a València:
En total serien més de 500 quilòmetres recorreguts en 26 dies, a peu (tret d’algun moment en què es posa malalt). Al relat explica molt bé com es movien les partides carlines i com viuria un ostatge el dia a dia: què menjava, a on dormia, com el tractaven els soldats, els capellans o les famílies que acollien als militars.
Com es veurà, de Nules, com de la resta de pobles per a on passen, només parla breument, però les dades que dóna són molt curioses. El fet que per Nules passara el Camí Real i el ferrocarril el convertien tant en una via de pas com en un objectiu a totes les guerres.
El fulletó es va publicar en cinc parts durant cinc dies consecutius —del 8 al 12 d’octubre de 1873, quinze dies després del seu alliberament—; no hem aconseguit la primera part, que està retallada en el diari que hem consultat. Des dels enllaços d’ací baix podeu accedir a cada lliurament.
El cautiverio de Cobián
Folletín de «El Constitucional»
FALTA : El Constitucional: diario liberal: Año SEGUNDO Número VIII – 1873 octubre 8
El Constitucional: diario liberal: Año SEGUNDO Número VIII – 1873 octubre 9
El Constitucional: diario liberal: Año SEGUNDO Número VIII – 1873 octubre 10
El Constitucional: diario liberal: Año SEGUNDO Número VIII – 1873 octubre 11
El Constitucional: diario liberal: Año SEGUNDO Número VIII – 1873 octubre 12
(…) Pascual, dejándome una cuarta de distancia separado de él y tomando un soldado carlista el resto de cuerda, diciendo el teniente éramos dichosos, pues habíamos conseguido mas de lo que debíamos, salvando el ser fusilados entonces, nos llevaron atravesando á Villareal en toda su estension á casa del cura, donde Cucala se encontraba alojado, y debo hacerle justicia manifestando que el cabecilla me recibió bien, sacando él propio dos sillas al portal y mandando aflojasen nuestras ligaduras, dando libertad á la mujer de mi compañero.
Comprometido hubiera sido en Villareal sacar testigos que probasen mi personalidad, y así fué que inventé un cuento sobre quién yo era, que no creyeron ni me importaba creyesen, y nunca á saber llegaron que el gobernador de Castellón era el preso que llevaban, conformándose con que fuese el ex-gobernador de dicho punto, según al siguiente dia, al ser descubierto en Nules por todas las personas de dicho pueblo, les dije.
Sobre las doce ó una de la noche la casera del cura me presentó pan y un poco de pernil, que no probé, y unas jóvenes muy guapas, parientas de mi compañero Pascual, trajeron algunas frioleras, que sin ganas comí, efecto quizás de la simpatía que me causaron y del interes que demostraron tomaban por nuestra común desgracia. Estas mismas jóvenes trajeron un colchón y almohada, sobre el que nos tendimos.
Tempranísimo se tocó llamada y se nos dijo siguiéramos; pero no siendo á propósito las botas de montar para viajar á pié, le manifesté á Cucala que si permitía me trajesen otro calzado, y me contestó: «Ya lo arreglaremos, para lo que queda.» Martirizado por las tales botas, que me causaron una terrible rozadura en ambos piés, las chanzonetas de los voluntarios carlistas que nos comparaban á una yunta que araba, el polvo del camino, (obligándonos á marchar por en medio de la carretera) y el calor sofocante, llegamos á Nules, donde fui conocido y agasajado hasta el estremo, y se interesó cerca de Cucala todo lo notable del pueblo para conseguir de este no nos fusilase, prometiéndoles él que de ser yo rescatado no me fusilaría, pero sí á mi compañero. Al saber el rescate que proponía por mi persona Cucala y amenazas que hacia, calculé que mi fusilamiento se dilataba y nada mas, pues solo á una persona tan ignorante como Cucala se le ocurría pedir por mi libertad la de 30 prisioneros carlistas ó 300 fusiles. Antes de dejar á Nules, debo hacer pública mi gratitud á los Sres. Estévez, Revenga y cura párroco, que tan bien conmigo se portaron y tantos consuelos me dieron, y menciono asimismo que con mi pequeño capital se lucró un quidam que me proporcionó unas alpargatas viejas, cobrándose por ellas 8 rs.
Continuamos la marcha á Vall de Uxó, sufriendo las continuas inpertinencias y bromas del peor género de los carlistas, llevándonos de la cuerda un corneta cuyo nombre no sé y me alegro. Al llegar al pueblo citado, la fatiga de la marcha bajo un sol abrasador y la mucha agua que bebí, me causaron un desmayo, por el que, según supe luego, no molestaron lo mas mínimo nuestros compasivos guardianes, y proporcionándome un colchón el cura (patrón) en él me acosté; pero cuando ya descansando y durmiendo profundamente me encontraba, el célebre corneta tuvo por conveniente cerciorarse de si estábamos bien atados; y cambiando de lugar la cama, ató el cabo de la cuerda al pestillo de una puerta, poniendo el colchón modo que la luz nos diese de lleno. ¡Cuánta humanidad! el cura, persona digna, me dió un pañuelo, porque el mio se encontraba lleno de sangre y roto con mis dientes, pues si bien demostraba serenidad y resignación, la rabia me sofocaba. Debí una pobre cena á la buena voluntad del cura, y si no hice á esta grandes honores, fué por falta de satisfacción, no de apetito.
Lo propio sucedió con el almuerzo del siguiente día, partiendo acto continuo á Murviedro, donde si la poca fuerza que había se hubiera resistido, hubiera terminado mi existencia; pero les hubiera costado trabajo el entrar, pues nunca vi tomarse tan malas disposiciones para atacar un pueblo de la importancia de Sagunto. ¿Qué pasó allí? lo ignoro, pero conocí después el gran resultado que obtuvieron, uniformándose algunas compañías y oficiales con las primeras puestas del batallón reserva de Segorbe, y armamento de aguja, creo pertenecía ó iba destinado á los voluntarios de aquella ciudad. Una parte de la noche la pasé en una pobre casa, encima de un montón de algarrobas, en compañía de mis guardianes y de un rocín, y otra parte en el portal de un café, situado en la plaza de Sagunto, pasando para ir á esto por enfrénte de la casa que ocupé en mi niñez; ¡qué emoción me causó comparar mi vida de niño en aquella casa con mi triste estado presente, en que amarrado cual una fiera, siendo objeto de compasión para los mas, de curiosidad para otros y de befa para los restantes, sin que nadie allí me conociera, por frente de mi antiguo hogar pasaba! Escuso decir que aquel día pasé con el almuerzo que apenas probé y que en Vall de Uxó me dió el cura.
Con temor grande salimos de Murviedro de noche, temiendo llegasen fuerzas de un momento á otro, y aquel día me soltaron de mi compañero, cortando en dos las cuerdas, y subí á un carro, oyendo comparaban mi suerte á la del cerdo, lo que no me era muy halagüeño ni por lo poético de la comparación ni por el fundamento de la misma, que no estaba muy distante de la realidad. Comí en Estivella obsequiado por el cura, y en Algar hice noche durmiendo mezclado con los carlistas, según costumbre, y tendido sobre un colchón que me proporcionó el cura, á quien le doy las gracias por sus finos obsequios.
Lo propio hago con el de Soneja, donde comí al día siguiente, durmiendo en Segorbe, de cuyo patrón he olvidado el nombre, pues donde veo despego y poca voluntad, tengo poca memoria para conservar los nombres de los dueños ni la situación de sus casas. Le deseo simplemente que, si desgraciadamente se viese en mi caso algun dia, no sea tratado como él á mi me trató. Esto no es decir que careciese de comodidades, pues me proporcionó un almohadón de una tartana para dormir, y me dió un plato de arroz con chirivías para cenar, y lo mismo al día siguiente para comer, durmiendo en Jérica, como las noches anteriores, y cenando fideos con pollo (guiso de los asistentes à Cucala), almorzando arroz con carne al siguiente dia, que en Caudiel dormí. Aquí fui alojado (con Cucala por supuesto) en casa del confesor de las monjas trinitarias, y tanto estas como el confesor tomaron por mí y por mi compañero de infortunio un interés tan grande, que no encuentro palabras para demostrarles mi agradecimiento, y mientras viva conservaré tan feliz recuerdo. Me obsequiaron las hermanitas trinitarias y su confesor con una escelente cena; pero como Cucala antes me había mandado un guisote de carnaza y patatas, de las que comí algo, por si fuese necesario andar, hice poco honor á la cena que el buen capellán me presentó.
Desde este día empecé á notar en Cucala cierto desvío, que atribuí (quizá sin fundamento) á que el cura no le obsequió á él y si á nosotros.
Montan fué el punto donde el 4 del actual comí en compañía de los asistentes de Cucala y demás soldados carlistas, á quienes estos quisieron convidar, cosa que atribuí á precipitación; pero no fué asi. pues desde aquel entonces comía con los asistentes las sobras de los señores (Cucala padre y hermano y dos hijos) suprimiéndose los postres por artículo de lujo, pues no está la patria para dar gollerias á un pillo negre á quien se le quita su caballo y se le recoge el reloj, que se le devolverá cuando sea puesto en libertad, es decir, nunca, pues si yo no me pongo en libertad, puedo esperar eternamente el serlo por ellos.
En Cirat dormí y cené por cuenta de mi amo, en los términos que ya dejo dicho, durmiendo sobre una poca paja, y no culpo al patrón, que hizo todo cuanto pudo, pero era pobre y muchos los alojados, y claro es que era mas justo durmiesen los asistentes sobre colchón que un pícaro teniente coronel de liberales. Al salir de este pueblo al dia siguiente, reí un poco al ver la fea cara que pusieron los carlistas porque unos cuantos paisanos, fuera del alcance de las balas y desde una altura, empezaron á voces llamándoles lladres, pillos, etc.
Dia 5 y 6 sin novedad, habiendo cenado y comido en Espadilla por cuenta de Cucala, y queda dicho que, prescindiendo de la mayor ó menor delicadeza de los platos, no me hacia feliz el tener que reputarle por amo. En Lucena comi con mi compañero, que encontró un amigo que nos dió una tortilla y una ensaimada mallorquina, pernoctando aquella noche en Adzaneta, donde tiritando de frió, calado hasta los tuétanos y descalzo llegué, efecto de una terrible tempestad que nos cogió al poco de salir de Lucena. La mayor parte de la gente de Cucala se quedó en masías, y como si viniera derrotado, entró con muy pocos secuaces en su cuartel general bastante de noche, alojándonos frente á su alojamiento, y marchándose al día siguiente, dando licencias para que fueran á sus casas los de los pueblos inmediatos, y dejándonos al cuidado de los voluntarios de Adzaneta, los que nos trasladaron á las Casas Consistoriales y nos encerraron en una reducida habitación, poniendo un escesivo número de centinelas, y sufrí el tormento de la curiosidad, pues cada vez que abrían la puerta entraban nuestros nuevos guardianes á contemplarnos, y embobados se quedaban sin duda al ver que el gobernador de Castellón y su compañero eran hombres como los otros. Es claro que comíamos con tan oportunos testigos que se echaban sobre nuestra cama, se sentaban sobre nuestra mesa, se rascaban, etc., y finalmente nos desataron y volvieron á atarnos en Villareal, con la única diferencia de estar separado de mi compañero. Como hubo tres días seguidos de fiesta, disfruté de dos procesiones, que vi desde la ventana de mi prisión, y cuyos piquetes hicieron los voluntarios carlistas, mandados por un sargento; pero los pobres estaban tan poco fuertes en esta clase de servicio, que ni supieron hacer los honores, y dudaban cómo y dónde habían de ponerse.
El 9 por la noche Cucala regresó de Alcalá y el comandante de armas de Adzaneta, con unos cuantos voluntarios carlistas, armados hasta los dientes, nos hicieron levantar y con aparato de fuerza inútil nos condujeron al reten, ó séase frente al alojamiento de Cucala, donde la noche terminó, y á la madrugada del dia siguiente dia lleváronme á la cárcel de Adzaneta, donde me tuvieron hasta las doce de la mañana en un calabozo inmundo, rebosándose de lleno el escusado, con poquísima ventilación y viciada la atmósfera, lo que me causó un efecto tal, que tanto aquel dia como el siguiente estuve malísimo, perdiendo el sentido á cada momento. Ante la gratitud que debo á varios vecinos de Adzaneta, que se disputaban el darme de comer; en especial unas infelices vendedoras de pañuelos, olvido el bochorno que sufrí en las diferentes veces que fui entre bayonetas paseado, agolpándose la gente á ver el preso, pues mi humilde personalidad eclipsaba la de mi compañero de infortunio. Omito también las estupideces dichas por mis guardianes, de modo que pudiera oirías, y que se reducían á salvajes amenazas. También debo decir que si fué en general el comportamiento de la tropa malísimo, el del capitán veterano y joven, y el del médico escelente, y les estoy agradecidísimo aun cuando militan bajo la odiosa bandera del absolutismo.
El 11 pernocté en Puerto, provincia de Teruel, pasando por Chodos y San Juan de Peñagolosa, y á consecuencia del cansancio que el áspero camino de Chodos produjo, y el delicado estado de mi salud por la estancia en la cárcel de Adzaneta, me fué imposible continuar á pié la marcha, y debí al hermano de Cucala la atención de que me cediera su bagaje, en el que monté; pero al punto caí desmayado al suelo. Entonces se portó conmigo muy bien un pobre mozo de la reserva, que forzado llevaba Cucala en la partida. Varias veces en aquel mismo día me desmayé, y mi compañero de infortunio, el hermano de Cucala y un maestro de escuela, voluntario en las partidas carlistas, fueron mis enfermeros, y á todos se lo agradezco. Desde este dia empezó el hermano de Cucala á guardarme deferencias, y creo hubiese concluido por serme el mas simpático de toda la familia, á pesar de su rudísimo carácter. El cura del Puerto, persona de instrucción, me hizo un favor inmenso encargándose de escribir á mi familia, y cumple á mi deber manifestarle mi eterna gratitud.
Al día siguiente Cucala se dirigió á Mora y nos mandó que marchásemos con su hermano; pernoctamos en Alcalá de la Selva, y confieso que tanto mi compañero como yo creímos íbamos á ser fusilados al ver marcharse toda la columna y quedarnos solos con un pequeño número de hombres cerca de las tapias de una ermita. De igual temor participaron algunos de los guias que nos custodiaban, según después por los mismos supe. Sobre paja dormí, y comí un rico bodrio que á gloria me supo, puesto que solo fué compañero de mesa mi compañero Pascual Almerich. Al siguiente dia fui á Mora, donde no tuve necesidad de gastar cumplidos, pues nadie se me ofreció, ni me obsequió, comiendo con mi compañero en la sartén un poco de arroz con tocino del muchísimo que paella contenia, sin duda porque los Cucalas y asistentes debieron comer invitados por el patrón. Hicimos noche en Sarrion, de cuyo cura solo puedo desearle felicidades sin cuento, puesto fué para mí mas que un amigo, un santo. Este quiso poner en la mesa un cubierto para mí, además de los cuatro de Cucala, y en su derecho estaba, puesto era él el anfitrión; mas desistió de ello por no sé qué razones que le dieron, y se lo agradezco; comer con semejantes convidados me hubiera hecho daño. Aquí me sucedió un percance del oficio, y que Dios le libre al cabo de guardia de presentárseme al frente como enemigo; este indecente cabo, sobrino de Cucala y nuevo en la partida, con soeces palabras me prohibió sentarme en el sitio que deseaba, obligándome mal de mi grado á sentarme al pié de la escalera, y reconoció cuarto y reja de la habitación que me destinaron, donde por sí y ante sí se metieron el espresado y seis individuos mas, poniendo el suelo cual una pocilga, según su costumbre, arrojando al suelo los huesos de carne, frutas, etc.
En Barracas el cura me obsequió con media perdiz. En casa vi una niña, viva imágen de mi hija Candelaria; me afectó de tal modo, que confieso lloré de emoción y no fui dueño de ocultar mis lágrimas, y los salvajes que lo vieron lo tomaron por miedo y me zahirieron por mi cobardía, antídoto que fué para mi el mejor calmante, pues me dominé sin darles esplicacion alguna de lo que comprender no podían. Doy las gracias al cura y recuerdos á su sobrinita, que es la niña que mi emoción causó. Dormí pues en El Toro, donde no tuve necesidad de dar gracias, pues nadie se me ofreció, comiendo separado de los asistentes, porque aquella noche no dormí, según costumbre, en el portal de la casa donde se alojó Cucala, sino en la de enfrente.
El 16 hicimos noche en Alcublas, y me vi obsequiado con una peseta, que para tabaco, con la mejor fé del mundo, me daba el hermano de Cucala: no la tomé por supuesto; pero no comprendió la lección, lo que prueba el grado de educacion que alcanza la tal familia.
En Casinos nos reunimos el 17 con Santes, formando un total de 7.500 á 8.000 hombres. La gente de Santes estaba mejor organizada en todos conceptos que la de Cucala; pero sus hombres eran muchísimo menos andarines que estos. Desfilaron con su música á la cabeza por delante de los de Cucala, que presentaron las armas al pasar Santes; pero no lo permitió, diciéndoles que solamente debían presentarlas á S. M. Cárlos VII y á la bandera. A la salida, en dirección á Liria, se formó la fuerza en diferentes columnas, y emprendimos la marcha, creyendo por mi parte que se iba á atacar tan liberal poblacion, que ni se defendió ni pensó en defenderse.
Si por las miradas de los dueños de la casa donde fui á parar, hubiese podido conseguir mi libertad, no dudo me la hubieran concedido acto continuo; pero como esto no era posible, se conformaron con una inútil compasion, y teniendo un miedo cerval a todo, ni me dejaron Las Provincias (periódico que vi sobre la mesa, en que sentado estaba en el portal), y me dijeron no podían darme papel para escribir á mi familia. Allí trajeron después al alcalde de La Yesa, al que pusieron en libertad al día siguiente, según creo.
En Liria tuvieron el 19 bendición de bandera y misa en San Miguel, y después del prosaico almuerzo que en compañía de mis compañeros de mesa tuve, emprendimos la marcha para Cheste, donde hice noche, y fui tratado por su ilustrado cura párroco con mil consideraciones, dejándome hasta camisa y empeñándose en que me la llevase, lo que no acepté. Este mismo sacerdote habló en favor nuestro para alcanzarse nos diese la libertad, y viendo que nada podia obtener de Cucala, se dirigió á Santes, que tampoco hizo nada. Consigno aquí mi agradecimiento, haciéndolo ostensivo tres criadas que se desvivieron por hacerme más llevadera mi triste situación, lo propio que á la señora forastera que tanto se me ofreció y cuyo nombre siento no conocer.
El 20, después de almorzar, salimos de Cheste, haciendo noche en Carlet, sin tener que mencionar nada de particular, y el 21 por la tarde y noche del mismo, más la mañana del 22 estuvimos andando sin cesar, entregando á las llamas algunas estaciones, árboles de la libertad y registros civiles, cuyos incendios iluminaban nuestro camino, y en Manuel los voluntarios de la libertad, al marcharse hicieron algunos disparos, desplegando los carlistas un lujo tal de fuerzas; que francamente no lo merecía el hecho. Esto no obstante, después del insignificante tiroteo, todos habian sido héroes, y sumando los que cada uno habla visto caer heridos ó muertos, resultaba un total mayor que el de voluntarios que había en Manuel.
Las primeras horas de la noche del dia 21 fueron de temor, pues creyeron habia fuerza en los pueblos y que se resistirían los voluntarios, razón por la cual se pusieron dos guardianes á cada lado del bagaje que montaba, cargaron sus fusiles de aguja y armaron bayonetas, cuya operación presenció Cucala ó se volvió ciego si no la vió, puesto estaba detrás de mi cuando lo efectuaron. No me chocaba tomasen precauciones con nosotros, puesto que íbamos presos, pero sí el modo bárbaro como se tomaron, y desde entonces comprendí que el dia que hubiese algun verdadero encuentro, seria sin piedad sacrificado, y formé el propósito de fugarme cuando pudiese, calculando que la mejor ocasión seria cuando tuviésemos choque, que desde entonces empecé á temer y desear, lo primero por si, como ellos decían, al sonar los primeros tiros me fusilaban, y lo segundo, porque su organización me dejaba comprender su mal sistema de combatir y que podría lograr la escapatoria. Llegamos á Játiva, y he de confesar que esta población no hizo gran demostración de alegría al recibirnos, como hizo Segorbe, Liria y otras, en especial Segorbe, en donde salieron amazonas de plazuela en cabalgata, con sus boinas blancas, terciadas con aire picaresco sobre sus graciosas cabezas, gritando: «¡viva Carlos VII! ¡viva D. Pascual Cucala! ¡viva la religión! ¡muera la república!» Antes por el contrario, sorprendí mil veces en las miradas de los hombres la indignación, y en las de las señoras la compasión al verme entre filas, amarrado cual un criminal, y creo que con una pequeña fuerza de ejército que en Játiva hubiera existido, no entran allí los carlistas.
Buena casa y su dueño ausente, fué la que dieron á Cucala para alojamiento, y en su portal, tendido sobre un colchón, estuve todo el tiempo que allí permanecí, comiendo al poco de llegar con los comensales ordinarios de mi mesa, y después de comer fuimos á tomar posiciones, pues venia tropa, según decían, haciéndome subir á un cerro elevadísimo dominado por dos cruces, y volviendo á bajar á la población, acompañado de dos caballos con sus respectivos ginetes, de los cuales el de atrás era el sobrino de Cucala, de quien ya tengo hablado, que sin duda pasó á caballeria por ser buen mozo, y demostraba su afición á dicha arma, pegando al pobre caballo que por delante se le ponia cada palo que lo deslomaba. Este heroico defensor de Carlos VII, que por misericordia divina nació en forma humana, se incomodaba porque no podíamos seguir el trote de su caballo, y con el sempiterno toqueu y alguna que otra insinuación del peor género, nos hizo llegar á la plaza, donde la tropa de Santes desfilaba, abandonando los puntos de la población que ocupaban anteriormente para tomar otros. Si la gente que con tanta lástima me miraba me hubiese proporcionado un mal sable, cuchillo ó cualquier cosa, aquella tarde se quedaba Cucala sin sobrino; pero mas vale que así no sucediese, pues defensores de la índole del tal sobrino, sirven para desacreditar una causa, y como al fin y al cabo el referido ente es joven, puede aprender en lo sucesivo. Lleno de miedo el tal sobrino por si la población se movía contra ellos, nos volvió subir al cerro de donde nos trajeron, entregándome á algunos guias de Cucala (nuestros habituales guardianes), que con consideración nos trataron, según su costumbre, que me complazco en consignar aquí. No sé cuánto disparate escuché de balas, bombas y granadas que habían caído al lado de este y de aquel, cuando la tropa estuvo lo mas cerca de donde estábamos a mas de dos horas, según vi desde la altura, y me probó que para el dia de un verdadero fuego habia entre aquella muchedumbre muchísima gente inútil. Tomó la columna la carretera de Madrid y anocheciendo regresamos á Játiva, donde sin cenar nos acostamos. A las ocho de la mañana del día siguiente me dieron un poco de morcilla con tomate, y á las doce salimos precipitadamente por tenerse noticia de venir una columna, y á la carrera llegamos á Llosa de Ranes, advirtiendo que á la salida de Játiva me entregaron á un cobardon capitán, que se dio importancia poniéndonos á su retaguardia entre filas, y un bruto de teniente de la propia compañía, me ayudaban á correr dándome sablazos en las corbas. Afortunadamente, en la Llosa de Ranes me entregaron á otra compañía, que me trató con suma consideración y me subieron á Santa Ana, donde permanecí interin el fuego que las tropas de Santes y del ejército sostenían, y concluido este casi por completo, Cucala reunió toda su fuerza en Llosa de Ranes, y fiándonos á la fuerza que custodiaba el convoy, marchamos todos por el cauce del rio, en dirección á Játiva, tomando Cucala posiciones en el Calvario, según pude comprender, y rompiéndose un vivo fuego por ambas partes, que duró hasta las siete y cuarto ó media de la noche.
Nosotros seguimos la marcha de Cucala, pero una granada que cayó sobre nuestra derecha, sin causar daño alguno, descompuso la marcha del convoy, pronunciándose en retirada, y dos granadas más consecutivas, la convirtió en fuga vergonzosa; pero apareciendo alguna fuerza sobre Santa Ana, se consideraron perdidos, sin avanzar ni retroceder, hasta que averiguado eran fuerzas de Santes, con este á la cabeza, se puso delante del comvoy con sus bravos y los defensores del convoy, ordenando marchar hácia adelante, es decir, hácia Játiva.
Poco marcharíamos, por lo menos yo, en aquella dirección, cuando la voz de «abrir filas» hirió mi tímpano, viendo venir huyendo con la bandera á uña de caballo al capitán general de Valencia por D. Cárlos, su jefe de E. M. Arnau y ayudantes y los bagajes, etc., dando con temor indecible la voz de «á las viñas, que viene la caballería y fuego.»
Paráronse en una pequeña altura, é hicieron que nosotros en retirada avanzásemos, pasando á unos 5 pasos de él. En esta retirada vi á curas cortar las alforjas para aligerar sus caballos, bagajeros soltar las cuerdas de las cargas, que rodaban por el suelo, y finalmente vi estrellas en medio de la tarde, pues mis guardianes me arrimaban cada culatazo para que corriera mas, que valia un credo; esto no obstante, gozaba grandemente, pues confiaba en mi próxima libertad, y ni el hambre sentia sino un terrible cansancio, pues desde las doce de la mañana fué día de carreras y golpes.
A las nueve de la noche se puso Santes á la cabeza del convoy, y llevándonos á campo través, tan pronto en una direccion como en otra, comprendí que ni él mismo sabia á donde se dirigia, y sobre las once lo vi venir huyendo en igual forma que por la tarde, no pudiendo asegurar llevase la bandera. Ayudado por mi guardián con la cariñosa culata de su fusil y boca del mismo, corrí algun tanto en la propia direccion que ellos, revuelto con sus bagajes recatés y trabucaires, hasta que por mi fortuna un bagaje cargado de tabaco, tropezando conmigo me tiró en un zarzal, donde dejé el trasero de mi pantalon, y al levantarme me vi solo, completamente solo, y respiré el aire de la libertad, empezando mi fuga corriendo á campo través sin saber a donde iba ni en dónde me hallaba. Me habia quitado ya las ligaduras; pero el galope de caballos que sentí por mi espalda me hizo ser cauto, y haciendo como que volvía al camino, seguí corriendo. Pero viendo á seis ginetes que solo en si propios pensaban, los dejé pasar y seguí mi fuga; hasta que agobiado de fatiga me subí á un algarrobo en donde pasé el resto de la noche. Por la mañana me dirigí á un pueblo que se encontraba á menos de un cuarto de hora del árbol en que pernocté.
Al acercarme al caserío, me hicieron tres disparos consecutivos, cuyas balas oí silbar, y del algarrobo llegué á las inmediaciones del poblado; pero al ver hombres mal armados y peor fachados, que me detuvieron preguntándome quién era y poniéndome un trabuco al pecho, creí habia caído nuevamente en poder de los carlistas, y pregunté qué pueblo era aquel y si estaban en él los cabecillas Cucala ó Mir. Contestáronme que aquel lugar era Alcántara y que allí habia muchos carlistas, y entonces, haciendo de la necesidad virtud, y sacando las cuerdas, dije en alta voz: «Conste que vengo á presentarme como prisionero que soy de Cucala, no habiendo seguido á mis guardianes porque estos me han abandonado.» Mi compañero, que tambien se habia escapado y yo no lo sabia siendo causa de mi completo error, me dijo entonces «no son carlistas, sino liberales.» La alegria que sentí no hay para que decirla; acto continuo manifesté mi deseo de marchar á incorporarme al brigadier Arrando, y diciéndome que esto no podia ser por haber muchos dispersos y podrian fastidiarme, aconsejáronme marchar á Alberique, de allí á Alcira y después á Valencia.
Así sucedió, pero en Alberique me metieron en la cárcel; de la que me sacaron al poco tiempo, enseñándome el alcalde para su disculpa un oficio en que yo aparecía como carlista. Estando en Alberique descansando, me avisaron que venían los carlistas, y emprendí la carrera, no parando hasta Algemesí, donde vi voluntarios de Valencia, con cuyo jefe, el Sr. Cervera, hablé, pues á él me presentó el jefe de la estación. Mi objeto era marchar á Valencia; pero no pudo tener lugar esto, y diciéndome un jefe de maquinistas que fuese con él á Alcira, y que con el tren regresaria, aun cuando solo fuese con la máquina, así lo hice con mi compañero Pascual; pero los carlistas, que tenían preparada una emboscada (un pequeño número de á caballo), hicieron fuego sobre el tren y voluntarios, matando estos un caballo y cogiendo al ginete, y esta emboscada fué causa de que no regresase ningún tren de aquella noche.
En Alcira, por el simple capricho de dos voluntarios, concluyeron, con imponente aparato de fuerza, por meterme en la cárcel, y en el mismo calabozo que estaban los presentados carlistas; ante tamaña afrenta é iniquidad, me sublevé, y dije cuanto me vino á la boca, y me pusieron al poco tanto con mi compañero presos en la sala de visitas, donde dos noches he permanecido, comiendo á la una de la noche una morcilla cruda con pan, y almorzando a las nueve de la mañana una tortilla de patatas que debí (y no lo olvidaré) á la amabilidad del oficial de guardia de la cárcel.
Aquella mañana fueron á la cárcel los jefes de voluntarios, y estos mismos le hicieron presente al propio Sr. Cervera la iniquidad que se cometía con nosotros, y sin duda á esto debí que por la noche me pusieran en libertad, bajo mi palabra, dándome un ausilio de dos pesetas, que para que comer pudiese me remitia el Sr. Cervera, por lo que le doy las gracias; y efectivamente con ellas comí lo que me trajo un amigo de mi compañero, y gracias le doy. Tal era mi necesidad, que un plato de bacalao frito (comida que me repugna) lo devoré.
Siento tener que espresarme así sobre el proceder que conmigo tuvieron los jefes de voluntarios, que no correspondió ni á lo que yo me merecia, ni al comportamiento de los simples voluntarios; pero decidido á contar la verdad pura, así lo hago, y si desvirtúo noticias de La Correspondencia, en que vi ayer fui rescatado por los voluntarios, peor para ella, puesto que á estos debí visitar una cárcel mas en mi vida por espacio de dos dias, podiendo titular estas memorias «mi cautiverio por los carlistas y liberales.» Como de mi relato pudiera creerse que no hay ningún carlista bueno, debo confesar que he visto muchos que lo son y que me han sido simpáticos, no nombrándolos para evitarles compromisos: y manifiesto que D. Antonio Mir es persona de muy buena educación y supo tratarme cual me correspondia, y si mas no hizo fué porque D. PascuaI Cucala (que carece de toda instrucción) está convencido de que me tenia mil consideraciones, y efectivamente á su modo las tenia. Mi sufrimiento moral fué continuo en los 26 dias que con los carlistas permanecí, el material algunas veces; pero aun estos casos, hallándose presentes algunos individuos de los guías de Cucala, casi siempre salieron á mi defensa contra el imprudente que de palabra ú obra me ofendía. Hago justicia á Cucala de que él no lo sabía.
Concluido mi relato, señor director de Las Provincias, doy las gracias á esa publicacion y a la ciudad de Valencia, que tantos [inintel·ligible] por mi se han tomado durante mi cautiverio, y me ofrezco a su disposicion.
De V. afectísimo S. S. Q. B. S. M.,
Miguel de Cobian.
Fulletó ‘El cautiverio de Cobián’ (1873)
Bibliografia | Miguel de Cobian, “El cautiverio de Cobian”, fulletó publicat en El Constitucional: diario liberal: Año SEGUNDO Número VIII – 8 a 12 d’octubre de 1873. |
Data de la publicació | Dimarts 25 de maig de 2021 |
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